Había una vez…
Una ciudad mágica donde todo el mundo era diferente, había brujas, hadas madrinas, momias, fantasmas, vampiros y monstruos… todos vivían en la misma ciudad y hacían lo mismo que los humanos, iban a trabajar, cenaban en familia, jugaban con sus amigos, iban a l colegio… igual que las personas pero dentro de su mundo mágico. Eran libres de ir de acá para allá, pero tenían una norma, no podían cruzar al lado de los humanos jamás, excepto el día de los deseos, el día que los humanos conocen como Halloween.
Cuando se acercaba esa fecha, tenían que prepararse, ya que era la única noche en las que podían salir de su ciudad mágica y camuflarse entre las demás personas disfrazadas. Por supuesto, no debían hablar con nadie del otro lado sobre su mundo mágico y sobre quiénes eran, o se cerrarían las puertas hacia el otro lado para siempre.
Uno de los que más disfrutaba del día de los deseos era el pequeño Bubu , un monstruito azul que con 12 años era muy muy alto, tenía dos cuernos sobre su cabeza, sus manos eran grandes zarpas de cuatro dedos y en sus gigantes pies las uñas eran de color verde. Tenía una boca tan grande que podía comerse un bote de chucherías de golpe sin tener que masticarlo. Aunque era muy muy grande de tamaño, era muy dulce e inocente, pero en el cole de los monstruos nunca jugaban con él, pues era demasiado grande para jugar al escondite y demasiado lento para los juegos de correr, y pesaba tanto que si hacían algún deporte en clase y se caía o chocaba con otro compañero le hacía daño sin querer.
Por eso, para él, el día de los deseos era muy especial. Podía cruzar la puerta al otro lado y camuflarse entre los humanos disfrazados donde nadie le conocía. Podía ver a más gente, todos se pensaban que era un hombre alto disfrazado de monstruo, lo que no sabían es que lo que pesaban que era un enrome disfraz de color azul, en realidad era un pequeño monstruito de verdad, que soñaba jugar con otros pequeños monstruos y tener muchos amigos, pero con el que nadie quería jugar.
Un año, después de un duro día en el colegio de los monstruos, pasó al mundo de los humanos entristecido. En lugar de corretear por las calles como hacía otros años viendo a a gente y a los niños y siguiendo a los de su clase, se sentó en el banco de un parque, en frente de unas pequeñas casas bajitas y observó a todos los niños paseando con sus padres cargados de bolsas llenas de caramelos. – cada vez se disfrazan mejor – pensaba mientras miraba a todos aquellos niños felices escondidos bajo sus disfraces.
De repente, uno de esos niños se acercó al banco y se sentó junto a Bubu. Iba vestido de Drácula. Tenía la cara pintada de blanco y unos colmillos falsos, y una larga capa atada a los hombros que se movía con la brisa de la noche que también movía el pelo de Bubu.
Entonces, eL niño miró a Bubu y preguntó:
-«¿Tú también estás aburrido?» – «Mis amigos no quieren pedir caramelos porque dicen que eso es de niños pequeños, y yo sí quiero ir a las casas a hacer truco o trato, pero no quiero ir solo…»–
Bubu le miró con ternura, en silencio. El niño vestido de Drácula se quedó un rato callado esperando una respuesta, entonces se fijó en los enormes pies de Bubu con sus uñas verdes y le miró a los ojos: –«Oye…» – dijo – ¿Eres un monstruo de verdad? Pareces de verdad… – añadió mientras se levantaba lentamente del banco y se acercaba más a Bubu. Entonces, le cogió la mano y gritó – ¡woow! qué mano más grande! Y solo tienes 4 dedos! – añadió.
Bubu retiró su mano de golpe y miró al niño tímidamente sin abrir la boca. Estaba deseando decirle quién era, pero no podía, porque si lo hacía cerrarían la puerta al otro lado para siempre y nunca más podría volver a celebrar el Día de los Deseos.
EL niño insistía – ¡¿Hoooola?! – decía mientras agitaba la mano a modo de saludo delante de la cara de Bubu. – ¿No vas a decir nada? Al menos dime tu nombre – Bubu seguía callado y con mirada triste, tenía muchas ganas de hablar y contarlo todo, ese niño parecía muy simpático y no quería perder esa oportunidad.
EL niño, al ver que no contestaba se quedó pensativo. Giró ligeramente la cabeza hacia la calle y observó a los otros niños que andaban y jugaban por la calle. En ese momento, el pequeño gran Bubu se entristeció pensando que el niño vestido de Drácula se iba a ir y que se iba a quedar solo otra vez, pero ocurrió todo lo contrario.
EL pequeño volvió a mirar a Bubu y de repente, dibujó una sonrisa en su cara. – Si es un secreto que no puedes decir, yo no lo contaré. ¿Vamos a pedir caramelos? ¡Ven! – y tiró de su enorme mano para invitarle a levantarse del banco.
Entonces Bubu sonrió, apretó la mano del niño y asintió con la cabeza, así que se levantó y empezó a caminar junto a su nuevo amigo hacia las pequeñas casas que tenían enfrente.
Desde entonces se hicieron inseparables, cada año quedaban en aquel banco donde se conocieron y se iban juntos a pedir caramelos.
Con el paso de los años fueron ganando confianza y podían entenderse sin hablar. Pues nunca hizo falta que Bubu le contara la verdad a su amigo, ya que el niño lo había descubierto por si mismo, quizás fue la magia y la inocencia de ser un niño, su gran imaginación, o creer en monstruos lo que le ayudó a descubrir la verdad, fuera lo que fuera, el niño Drácula le guardaba su secreto tal y como le prometió, y así Bubu podría jugar con él todos los años tranquilo y feliz, ya que él jamás contó quien era en realidad y las puertas al otro lado siempre estarían abiertas en el Día de los deseos.