Había una vez… un mono que se pasaba los días saltando de liana en liana en los más alto de los árboles de la selva. Desde arriba tenía unas vistas privilegiadas y podía observar a los demás animales de la selva que andaban por allí.
Se pasaba las horas subido a los árboles mirando y riéndose de cada animal que veía diferente a él:
Miraba a los murciélagos y decía:
– Que feos sois con esas alas y esas orejas tan largas, jajajaj-
Veía a una serpiente enrollada a una rama y decía:
-Cómo puedes ser tan larga, además menuda lengua tienes que no puedes parar de sacar, jajaja –
O a un camaleón que intentaba cazar moscas para comer le gritaba:
– ¡Vaya ojos tienes! Cada uno mira para un lado y que lengua más pegajosa. jajaja!–
Aunque, el blanco principal de sus burlas era un pobre jabalí. Este jabalí era conocido como el más bueno de la selva, ya que siempre ayudaba a cualquier animal cuando estaba en apuros sin pedir nada a cambio. De hecho, todos le apreciaban enormemente, sin embargo el mono eso no lo apreciaba, simplemente se fijaba sus grandes colmillos y su boca desproporcionada.
– Ahí va el jabalí con esa cara jajaja, ¡qué feo!– decía el mono.
El pobre jabalí, que era muy bueno, le miraba y se iba cabizbajo sin decirle nada al mono, que no paraba de reír.
Pero un día, el mono estaba saltando por la lianas, como solía hacer todos los días, cuando de repente resbaló, con tan mala suerte que cayó en un río con una fuerte corriente. La corriente comenzó a arrastrarle e iba directo a unas cataratas con un enorme acantilado.
Cuando estaba ya casi sin fuerzas por nadar a contracorriente, sus brazos empezaron a flojear y una boca gigante le cogió y le sacó del agua. Era el jabalí que le había visto caer, y corrió río abajo por la orilla hasta alcanzarle.
El mono con lágrimas en los ojos le miró y le pidió perdón por todas las cosas malas que le había dicho. El jabalí le miró y le dijo:
– Te perdono, pero debes aprender que no puedes juzgar a nadie por su aspecto, ya que la verdadera belleza está en el interior-
El mono aprendió una valiosa lección ese día, a partir de ese momento, se hizo muy amigo del jabalí y aprendió a valorar a todos lo animales con los que convivía, y nunca, nunca más, volvió a reírse de ningún otro animal.
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