Mia la valiente

Había una vez… Un pequeño pueblo situado entre las montañas en el que vivía una joven llamada Mia conocida en todo el pueblo por su espíritu aventurero. Siempre estaba organizando largas excursiones, había visitado cuevas, recorrido los largos senderos que rodeaban su pequeño pueblo, incluso había dormido una noche en medio del bosque dentro de una pequeña tienda de campaña para poder ver mejor las estrellas de noche. 

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Pero había algo que Mia deseaba hacer más que todo lo demás: subir a la cima de la montaña más alta que se veía desde su pueblo para poder verlo todo desde ahí arriba.

A Mia siempre le había fascinado la montaña y había pasado muchas horas estudiando sus alrededores soñando con el día en el que por fin alcanzaría la cima. Sabía que sería un viaje difícil, pero estaba decidida a lograrlo.

Un día, cuando Mia tenía 15 años, su padre se dio cuenta de que ya estaba preparada para emprender su viaje tan deseado hacia el pico de aquella gigantesca montaña, así que decidió ayudarle a cumplir su sueño y hacer con ella su viaje. 

Mia hizo las maletas con comida y provisiones suficientes para una semana y salieron por la mañana temprano. El primer día fue fácil, el camino no era complicado y avanzaron durante varios kilómetros. Se les hizo muy ameno, pues se entretuvieron hablando, riendo y observando cada detalle que iban descubriendo a su alrededor y que la naturaleza les iba brindando. Pero a medida que subían, el camino se hacía más empinado y traicionero, tanto era así, que al terminar el segundo día de viaje, se sentían agotados y con las piernas realmente cansadas. Pero Mia sabía que no podía rendirse, que tenía que seguir, y su padre haría lo que fuera por ayudar a su hija a cumplir su deseo, y eso le daba toda la fuerza necesaria para no rendirse.

Así que siguieron subiendo la montaña, andaban durante horas, parando para descansar y comer, y por las noches deplegaban los sacos de dormir y las tiendas de campaña y reponían fuerzas para seguir al día siguiente. A medida que pasaban los días, Mia y su padre se iban encontrando con muchos obstáculos por el camino. Algunos días hacía demasiado frío, otros demasiado calor. A veces, el camino estaba bloqueado por rocas caídas, otras por inclinados acantilados. Pero Mia nunca se rendía, sabía que si continuaba, llegaría a la cima.

Y así fue, sin casi darse cuenta, Mia y su padre llegaron por fin a la cima. Llevaban una semana subiendo la montaña y tras muchos momentos buenos y otros más complicados, consiguieron alcanzar el sueño de Mia juntos. 

Mia dió un último paso hasta colocarse en el punto más alto de la cima, estiró sus brazos en forma de cruz, cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás y respiró hondo, sintiendo como sus pulmones se llenaban de aire puro y limpio de la naturaleza, mientras su corazón se colmaba de una felicidad indescriptible. Exhaló poco a poco el aire que había retenido mientras asimilaba que había logrado su gran sueño, y en su cara se iba dibujando una enorme sonrisa borrando cualquier rastro de sufrimiento que hubiera encontrado en el camino. Su padre observaba emocionado. Jamás había visto ese brillo en la mirada de su hija, era un hecho, Mia había cumplido su sueño y él había formado parte de ello, esa idea provocó en el padre de Mia una sonrisa casi más grande que la de Mia. Se colocó junto a ella, le abrazó y juntos contemplaron en silencio el valle y todo lo que había a su alrededor. Desde ahí arriba, el pueblo parecía una lejana mancha con pequeñas casitas, pudieron ver la belleza que les rodeaba sintiéndose felices y ver desde lo más alto lo afortunados que eran.

Mia volvió a casa con una gran historia que contar y sabiendo que gracias a su esfuerzo y a la ayuda de su padre, había conseguido lo que quería siendo un ejemplo para todos los vecinos. La gente del pueblo empezó a llamarla «Mia la valiente» y su historia inspiró a muchos otros jóvenes a perseguir también sus sueños.

Cuento original escrito por habiaunavezuncuento.com

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