Había una vez…
Nicolás era un niño que tenía mucha imaginación, le gustaba coger sus avioncitos de juguete y salir a correr al jardín imaginando que volaba con ellos.
El jardín de su casa era muy grande, tenía dos columpios en el centro, y al fondo, entre dos frondosos arbustos, se encontraba una caseta de jardín en la que su padre guardaba las herramientas, pero que Nicolás utilizaba de guarida.
Cuando llegaba a casa después del colegio, cogía sus aviones de juguete y recorría todo el jardín corriendo, haciéndolos volar estirando los brazos, y cuando se cansaba, se metía en su guarida y dejaba volar su imaginación.
Se imaginaba viviendo enormes aventuras, recorriendo los infinitos bosques oscuros llenos de monstruos, volando sobre dragones o luchando contra los malvados piratas.
A veces su madre le dejaba un sándwich y un vaso de leche en la puerta de su guarida, que Nicolás se comía entre juego y juego.
Una tarde, escuchó un estruendoso ruido al otro lado de la puerta. Nicolás se sobresaltó, pues era un ruido muy fuerte, algo que ni su madre ni su padre podrían hacer jamás.
Entonces empezó a ver luces por debajo de la puerta, entraban rayos de luz y unas sombras muy extrañas, de fondo se escuchaba una especie de pitido que retumbaba en sus oídos.
Nicolás se levantó muy despacio, apoyó sobre la mesa la linterna y el cuento que estaba leyendo en esos momentos, y empezó a caminar hacia la puerta.
Abrió la puerta lentamente, dejando un pequeño espacio para poder entrever lo que estaba ocurriendo fuera, asomó la cabeza y allí estaba.
Era un enorme platillo volante que ocupaba todo su jardín, redondo con ventanas pequeñas y una gran antena en la parte de arriba.
Nicolás abrió la puerta del todo para poderlo ver con claridad, era enorme, lleno de luces alrededor y con cuatro patas metálicas que lo sostenían.
Entones se abrió una compuerta y tras ella apareció una oscura silueta, de repente se empezó a oír una voz profunda que decía:
– Nicolás, no dejes de jugar y de usar tu imaginación, sigue creando increíbles aventuras. Llevamos tiempo observándote y sois vosotros los niños, los que vais a hacer un mundo mejor. Queríamos venir a decírtelo en persona, para que lo recuerdes siempre. –
Entonces la compuerta se cerró y la nave espacial se elevó, escondió sus patas de metal y desapareció volando hacia el infinito.
Nicolás se quedó mirando hacia el cielo intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, entonces escuchó la voz de su madre que le estaba despertando para ir al colegio, ¡todo había sido un sueño!
Nicolás se entristeció, ya que le había parecido muy real. Se vistió callado pensando en su increíble sueño y deseando haberlo vivido.
Al terminar de desayunar, salió un momento al jardín a coger uno de sus aviones de juguete que se había dejado en su guarida, y lo que se encontró fue sorprendente.
El suelo del jardín tenía marcadas cuatro huellas gigantes circulares, ¡exactamente iguales que las de las patas de la nave espacial de su sueño!
–¡Lo sabía, lo sabía! ¡Sabía que era real! – Gritó entusiasmado
Y se fue corriendo al coche, con una enorme sonrisa llena de ilusión y esperanza y por supuesto, mucha, mucha imaginación.
Cuento original escrito por: habiaunavezuncuento.com