Había una vez un pequeño saltamontes que vivía con toda su familia en la sabana africana. Su casita estaba debajo de uno de los árboles más grandes y conocidos de la zona.
Era un árbol bicentenario de hoja perenne que daba sombra durante todo el año y atraía a todos los animales del lugar.
Su familia era muy querida y respetada, ya que llevaban viviendo en ese árbol desde hace más de seis generaciones, y siempre ejercían de buenos huéspedes con todo aquel que se acercaba a disfrutar de la sombra de su árbol.
Paco, que así se llamaba el pequeño saltamontes, era el menor de 5 hermanos y también era el más pequeñito.
Sus hermanos eran altos y fuertes, eran los responsables de cuidar y alimentar a la familia. Todos los días salían a buscar comida, jugueteando y cantando por el camino.
A Paco nunca le dejaban ir, decían que era demasiado pequeño y que era mejor que les esperara en casa. Él siempre les seguía hasta que los perdía de vista y daba media vuelta.
Muchas veces se quedaba rondando por ahí, mirando pensativo hacia el suelo, se apoyaba en una piedra y miraba hacia el cielo hasta que empezaba a anochecer.
«Ojalá fuera tan alto que llegara hasta las estrellas» – pensaba – «Así mis hermanos me dejarían acompañarles y podría ir con ellos».
Se tumbaba boca arriba en la piedra y se imaginaba tocando las estrellas, cerraba un ojo y tocaba una, cerraba el otro ojo y tocaba otra… luego estiraba las patitas de atrás y contaba las estrellas que alcanzaba, soñando que las acariciaba.
Todos los días hacía lo mismo, iba detrás de sus hermanos suplicándoles que le dejaran ir. Pero ellos se negaban.
«Cuando volvamos jugaremos contigo, pero primero tenemos que ir a por comida». – decían.
Y de nuevo se quedaba sólo rondando por ahí, jugando con las ramitas que encontraba y mirando el cielo deseando poder llegar hasta él.
Un día se alejó un poco más de lo normal y cuando quiso darse cuenta, se había perdido. No podía ver a sus hermanos por ninguna parte, y tampoco veía su casa.
Tras varios intentos de encontrar el camino se sentó bajo un arbusto y se puso a llorar.
«Mis hermanos tienen razón, soy muy pequeño, nunca tocaré las estrellas ni podré ir con ellos» – decía.
Entonces, se escuchó una voz desde muy cerca que decía:
«¿Pequeño? ¿Quién ha dicho que eres pequeño?»
Paco levantó la mirada al frente, pero no vio a nadie – «aquí arriba» – dijo la voz.
Y Paco inclinó la cabeza lentamente hacia arriba hasta que no podía levantarla más y ahí estaba, una enorme jirafa con un cuello largo y esbelto que parecía que no tenía fin, le estaba mirando.
«Hola, me llamo Luna, ¿qué te pasa?» – le preguntó.
«Me he perdido» – dijo el pequeño saltamontes.
«No te preocupes, yo te llevaré a casa» – contestó Luna.
Luna bajó la cabeza hasta ponerla a la altura de Paco y le invitó a subir. Paco pegó un pequeño saltito y se subió sobre su hocico, después escaló por sus párpados y caminó por su frente hasta llegar a sus pequeños cuernos y se agarró a ellos.
«¿Estás preparado?» – Dijo Luna cuando Paco ya estaba colocado – «Pues ¡Agárrate fuerte que voy a subir!»
Paco abrazó uno de los cuernos de Luna con fuerza y cerró los ojos. Entonces Luna subió la cabeza poco a poco estirando su largo cuello, hasta ponerse completamente recta.
«Ya puedes abrir los ojos» – Dijo Luna.
Cuando Paco los abrió no podía creer lo que estaba viendo… estaba tan alto, tal alto que casi llegaba al cielo.
Respiró hondo y levantó los brazos para tocar las estrellas. Su amiga la jirafa le miraba de reojo sonriente.
«¡Lo ves!, no eres pequeño, eres muy grande y muy valiente, ¡mira las estrellas como brillan!» – dijo Luna.
Paco estaba muy muy feliz, por fin había conseguido tocar las estrellas y sus hermanos nunca más dirían que es pequeño.
Cuando llegó a casa, toda su familia le estaba esperando, Paco, que iba encima de la jirafa, les saludaba con una patita y gritaba:
«¡Soy tan grande como las estrellas! ¡Ya no soy pequeño!»
Y sus hermanos corrían a abrazarle – «¡Tienes razón!» – Gritaban – «Eres un pequeño saltamontes muy grande por dentro, ¡mañana te vienes con nosotros!»
Desde entonces, Paco iba siempre con sus hermanos mayores de excursión, a buscar comida y jugar por el camino y luego, por las noches, quedaba con su amiga Luna para ver el cielo.
Ella le subía sobre su cabeza y Paco estiraba sus pequeñas patitas para tocar las estrellas, y así es como todas las noches el pequeño saltamontes se convertía en el saltamontes más grande y feliz de toda la sabana africana.
Fin
Relato original escrito por: Había una vez un cuento.com