Jaime era un niño muy bueno y obediente, siempre hacía caso a sus padres con todo menos con una cosa, había algo que Jaime nunca hacía, comerse las lentejas.
Cada vez que su madre hacía lentejas para comer, Jaime se enfadaba y se levantaba de la mesa. Su padre iba a buscarlo, pero él no quería ir y lloraba:
– Odio la lentejas, no me gustan ¿Por qué tengo que comérmelas?
– Tienen mucho hierro y son muy buenas, además, las ha cocinado mamá y se ha esforzado en hacerlas para nosotros, tienes que ser agradecido.
– ¡Pero no las quiero! – Insistió
–Jaime, hay niños que no pueden comer cada día, y tu mamá lo ha cocinado con mucho amor, no tienes que comerte el plato entero, pero si deberías probarlas por tu mamá y por todos los niños que no pueden comer cada día – dijo su padre.
Jaime se quedó pensativo, se dió cuenta de que quizás su padre tenía razón. Pensó en los niños que no tenían comida y dijo:
–Vale comeré un poco y después iremos a dar comida a los niños pobres–
A sus padres les pareció muy buena idea, y después de comer los tres juntos y disfrutar de su compañía, llenaron una bolsa con mucha comida para ir a llevar a los niños pobres.
Ese día Jaime durmió muy, muy feliz por el gran día que había tenido.
Relato original escrito por: Habiaunavezuncuento.com