El pequeño ruiseñor

cantando

Había una vez… Un pequeño ruiseñor al que le encantaba cantar cuando se acercaba la noche, tenía un silbido precioso que todos los animales adoraban.

Pues era el pájaro con uno de los cantos más bonitos de la tierra, que nadie podía dejar de escuchar.

Su nombre era Silbidín, en honor a su agradable silbido. Cada vez que se escondía el sol, se subía a una ramita alta y empezaba a cantar.

Los demás animales se acercaban a su lado para poder escucharlo, siempre cerraban los ojos en silencio para disfrutar mejor del concierto de Silbidín.

Mientras los demás admiraban su talento, el pequeño Silbidín no entendía porqué era tan especial, él sólo hacía lo que le gustaba y a veces le molestaba que hubiera tantos animales a su alrededor mientras disfrutaba de su hobby favorito.

Se quejaba y se lo decía a su madre:

¿Por qué tienen que venir todos a verme? Me gusta cantar sólo, diles que se vayan– sollozaba

Pero su mamá, que era muy buena, le decía siempre:

Tú les haces felices hijo mío, no puedes pedirles que se vayan, adoran escucharte cantar

Silbidín fruncía el ceño y se iba sin mediar palabra.

Un día salió a pasear temprano y por primera vez en mucho tiempo se puso a observar a los demás animales, sin pensar en nada más.

Primero vio a la familia de las tortugas, las dos hermanitas pequeñas estaban discutiendo, mientras mamá tortuga suspiraba.

Silbidín vio como su mamá se enfadaba con ellas:

Si no os portáis bien no iréis a ver a Silbidín cantar esta noche – dijo enfadada.

Las pequeñas hermanas dejaron de discutir para que su madre no les castigara, y Silbidín asombrado siguió caminando.

Entonces se encontró con el señor topo apoyado en una roca mirando al cielo, cuando vio pasar a Silbidín, le gritó:

Hola, pequeño Ruiseñor, no puedo esperar a que llegue la hora de tu concierto, ¡el mejor momento del día!

Silbidín movió la cabeza agradecido, aunque un poco extrañado de recibir tal halago.

Después se encontró con unos pequeños gorriones que estaban intentando imitar a Silbidín sin éxito, silbaban y silbaban pero no lograban cantar tan bien como él.

Estos y muchos más fueron los animales que Silbidín fue encontrando en su paseo, y no podía creer que todos hablaran tanto de él y le admiraran tanto.

El pequeño ruiseñor se dio cuenta de que con su música hacía felices a los demás, y que además, si cantaba solo no sería una música tan bonita, pues la música llena a los demás de alegrías y recuerdos y era mejor vivirlo juntos.

Así que ese día, Silbidín subió orgulloso a su ramita y esperó a que todos los animales estuvieran allí.

Entonces empezó a silbar con más ganas que nunca y creó la melodía más bonita jamás escuchada en el bosque.

Desde entonces, Silbidín sube a la ramita todos los días para compartir su talento con los demás y así disfrutar juntos de ese momento tan especial para todos.

Fin

Cuento original escrito por: habiaunavezuncuento.com

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