Había una vez…
En un pequeño pueblo, había una ratoncita llamada Mía a la que le encantaba ayudar a los demás. Un día, mientras Mía estaba recogiendo flores, vio un pajarito que se había caído del nido. El pájaro estaba herido y no podía volar.

Mía, preocupada, se acercó a él y lo recogió con cuidado para llevárselo a casa. Al llegar, le hizo un pequeño nido en una caja de zapatos, para cuidar de él mientras se recuperaba para poder volver a volar.
Al día siguiente, mientras el pequeño pajarito dormía relajado en su nido, Mía salió de nuevo a recoger flores y se topó con un grupo de hormigas que se esforzaban por llevar un trozo de queso enorme y no podían avanzar. Al ver a las hormigas agobiadas por no poder llevar la comida, se ofreció inmediatamente a ayudarles para llevarlo hasta su hormiguero, y las hormigas, agradecidas, lo compartieron con la ratoncita.
Unos días después, un gato feroz llegó a la aldea, caminaba arisco y enseñaba los dientes a todo aquel que se acercaba. Todos le tenían miedo, excepto la ratoncita Mía. Ella sabía que en realidad estaba asustado, y que por eso se comportaba así. Así que, se acercó al gato y le habló con dulzura, y sorprendentemente el gato feroz dejó de ser feroz al ver cómo le trataba Mía. Aunque él sabía que era una ratoncita, quiso ser su amigo por su amabilidad, y desde entonces, se volvió mucho más amigable con todos los animales de la aldea.
Mía enseñó al pueblo el importante valor de la bondad, y contagió esa virtud a todo el pueblo, convirtiendo la aldea en un lugar feliz y muy acogedor.