Había una vez…
En un pequeño pueblo de un país muy muy lejano, había tres fieles amigos que se juntaban allí todos los veranos, sus padres habían vivido allí durante su infancia y solían volver al menos una vez al año. Era entonces cuando los tres amigos volvían a unirse y disfrutaban juntos de las vacaciones.
Ese año, estaba siendo un verano extremadamente caluroso y las personas del lugar tenían que hacer toda clase de peripecias para mantenerse fresquitos.
Estos tres amigos tenían 10 años, se llamaban, Santi, Tomás y Daniel y eran inseparables. Iban juntos a todas partes, tanto, que cuando la gente del pueblo les veía pasar, exclamaban:
– ¡Ahí va el trío calavera! Que tramarán esos tres siempre juntos y riéndose… –
Como era un pueblo muy pequeño no había muchas cosas que hacer, por ello, siempre estaban pensando en nuevas formas originales y divertidas de entretenerse. Pero ese verano era diferente, ya que el tio de Santi les había contado una historia que les dejó profundamente perplejos, encaminándoles hacia una nueva aventura.
«Hay una cueva a las afueras del pueblo donde hace muchísimos años vivía un padre con su hija. El padre era muy protector con ella y no le dejaba salir nunca de allí, así que la niña se pasaba todo el día cantando y se podía oír en todas las calles del pueblo. Cuenta la leyenda, que si consigues llegar a la cueva y entrar hasta lo más profundo, todavía se escucha a la niña cantar…»
Como era de imaginar, los tres amigos se miraron entre sí y aunque no hablaron, en sus cabezas se repetía el mismo pensamiento. ¡Tenemos que ir a esa cueva!
Al día siguiente salieron de casa muy pronto para emprender el camino hacia la cueva. Se equiparon con linternas y dos botellas de agua para estar lo más preparados posible. Sabían que no sería fácil llegar hasta allí pero su espíritu aventurero podía más que cualquier miedo.
Llevaban caminando bastante tiempo, el pueblo cada vez se hacía más pequeño a sus espaldas. Tenían que atravesar unas zonas bastante frondosas, y a medida que avanzaban se iban acercando a un majestuoso castillo en ruinas que sería de tiempos de la Edad Media, se sentían verdaderos conquistadores.
De repente, se toparon con el primer problema, para seguir avanzando tenían que saltar un muro con bastante altura, algo que a todos les daba bastante respeto. Daniel decidido, dijo:
– Chicos, ahora o nunca. ¡Nosotros podemos hacer esto! Tenemos que llegar a esa cueva como sea. –
Pegó un salto y cayó perfectamente sin hacerse ningún daño, sus amigos le aplaudieron sin parar. El siguiente en saltar fue Santi, que aunque no cayó tan bien como Daniel tampoco le ocurrió nada. Ya sólo faltaba Tomás, este estaba bastante dudoso, ya que tenía miedo a las alturas, mientras desde abajo los otros dos amigos le gritaban:
– ¡Salta Tomás, no te preocupes, nosotros te cogemos! ¡No tengas miedo! –
Tomás cerró los ojos y saltó sin pensárselo, lo hizo con tanta decisión que al caer se llevó por delante a sus dos amigos y rodaron cuesta abajo hasta llegar a la orilla de un río, cuando estaban a punto de llegar al agua consiguieron frenar. Al aterrizar, los tres se miraron y se empezaron a reír a carcajadas.
Entonces, Santi levantó la mirada y ahí estaba, detrás de unos arbustos podía apreciarse la entrada a la cueva que estaban buscando, Daniel y Tomás siguieron la mirada de su amigo, y de repente dejaron de reírse, se quedaron mirando boquiabiertos hasta que Santi dijo:
-Venga chicos este es nuestro momento, hay que entrar, es ahora o nunca –

Se levantaron en silencio y fueron directos hacia la cueva, cuando se hayaron a los pies de la entrada se miraron entre ellos, respiraron hondo y empezaron a caminar.
Se mantenían muy juntos ya que la cueva estaba muy oscura y estrecha. Con las linternas iluminaban el camino, había trozos en los que ten´´ian que agachar la cabeza para no chocar con el techo.
Aunque tenían miedo debido a la oscuridad, seguían avanzando ya que necesitaban saber si la leyenda era real. Entonces Daniel, que iba delante, dijo:
– ¡Shh! No habléis, creo que estoy oyendo algo, Tomás enfoca, ahí delante creo que hay algo.»
Cuando Tomás enfocó, descubrieron que habían llegado al final de la cueva, y….¡estaba lleno de murciélagos! Cuando los enfocaron con la linterna comenzaron a volar y los tres amigos gritaron al unísono mientras salían corriendo de la cueva.
– ¡Ahhhhhh! –
– ¡Ahhhhhh! –
– ¡Ahhhhhh! –
Consiguieron salir de la cueva, y siguieron corriendo hasta que ya no podían verla, los tres amigos pararon y tras recuperar el aliento empezaron a saltar y a reír, pues aunque no hubieran oído a la niña cantar, tenían claro que había sido uno de los mejores días de su vida y que esa aventura no la iban a olvidar jamás.
FIN
Cuento original escrito por habiaunavezuncuento.com