Había una vez una zona muy muy lejana, a la altura del Polo Sur, dónde una inmensa familia de pingüinos se extendía en una explanada de suelo blanco donde corría una ventisca muy fría.
Aunque las condiciones eras duras debido al frío, les encantaba vivir allí ya que tenían que estar siempre muy juntitos para conservar el calor. Todos eran felices sabiendo que podían contar con los demás para sentirse a salvo.
Entre todos los miembros de la familia había un pequeño pingüino que acababa de salir del cascarón. Era el más pequeño de todos y siempre estaba agazapado entre las patas de su mamá. Su nombre era Mateo.
Mateo tenia las plumas de color gris y se sentía diferente a los demás ya que había sido el último en nacer. Los más jóvenes de la familia ya habían cambiado el plumaje y lucían unos colores muy bonitos, parecía que llevaran esmoquin. Mateo le preguntaba a su madre:
– Mamá porque no puedo ser como los demás yo también quiero llevar esmoquin… –
A lo que su madre le contestó- mi pequeño Mateo, ese esmoquin del que tanto hablas, en realidad es una gran responsabilidad ya que es lo que nos permite poder meternos en el agua tan fría y bucear en busca de comida. Los mayores tienen que hacer unos viajes muy largos para poder alimentar a toda la familia. Tú todavía eres pequeño y debes pasar todo el tiempo que puedas con Papá y conmigo y disfrutar, porque cuando seas mayor también tendrás que hacer esos viajes.-
Pero Mateo no estaba muy convencido, él quería mucho a su mamá y a su papá, pero los deseos de llevar esmoquin para poder nadar y bucear por el mar eran demasiado fuertes, así que no le hizo caso.
Un día, cuando su Mamá no le estaba vigilando, decidió escaparse e ir a los toboganes de nieve que utilizaban los pingüinos más mayores para saltar al mar. Se subió a uno de ellos y pensó:
– Este es el momento, si consigo llegar hasta el mar quizá así me salga el plumaje nuevo y pueda por fin tener un esmoquin tan bonito como el de los demás-
Sin pensárselo dos veces saltó, cogió demasiada velocidad y cayó en el mar muy lejos de la orilla. En el mismo momento en el que entró en contacto con el agua fría sintió que no estaba preparado para nadar, y al inmensidad del fondo del mar se asustó.
De repente aparecieron dos figuras nadando a toda velocidad. ¡Eran su Papá y su Mamá que habían venido a salvarle! Entre los dos le agarraron y le llevaron hacia la orilla a gran velocidad. Cuando ya estaban a salvo su mamá exclamó:
– ¡Mateo! ¿Como has podido hacer esto? ¡Menudo susto nos has dado! –
–Lo siento Mamá, quería hacer lo que hacen los mayores, quería llevar esmoquin– contestó Mateo entre lágrimas- ya he comprendido lo que me intentaste explicar, nunca más lo volveré a hacer. –
– Su padre contestó- No quieras crecer tan rápido hijo mío, ya tendrás tiempo más adelante para hacer todas estas cosas- y se abrazaron los tres.–
Mateo comprendió todo lo que había pasado y decidió tener paciencia. Disfrutó de su infancia estando siempre con sus papás. Cuando creció y cambio el plumaje se convirtió en el pingüino más elegante y precioso de toda la familia y entendió, por fin, la responsabilidad de llevar esmoquin.
Relato original escrito por: Habiaunavezuncuento.com